Mi primer bote de proteína de soja lo compré después de cinco años de entrenamiento. Luego vinieron mis primeros botes de ganador de peso de la marca Universal, Mega Mass 2000. Estos suplementos eran un lujo para los ingresos de un adolescente que trabajaba ocasionalmente los fines de semana. Mi batido casero, hecho de plátano, requesón, leche, huevo crudo y miel, fue el preludio de este nuevo nivel de suplementación.
El simple hecho de poder comprar estos suplementos ya era un logro en sí mismo. Con el tiempo, complementé las proteínas con multivitaminas, minerales, ocasionalmente creatinas y aminoácidos. Este progreso no fue sólo en términos de mi desarrollo físico, sino también en mi capacidad de invertir en mi pasión, marcando un avance significativo en mi viaje al culturismo.
Mi progreso en el culturismo nunca se detuvo, y mi cuerpo parecía agradecer cada esfuerzo y atención que le brindaba. A los 20 años, había alcanzado un peso de 102 kg, con brazos de 46-47 cm, y todo ello sin recurrir a esteroides o anabolizantes. Este logro no hubiera sido posible si hubiera cedido ante las restricciones impuestas por mis padres. Después de unos meses, retiraron el dinero que me daban para el gimnasio y trataron de impedir entrenar con diversas amenazas. Si hubiera aceptado esa situación y me hubiera lamentado, diciendo “Ay, pobre de mí, mis padres no me apoyan”, mis sueños habrían quedado en eso, sueños, y yo me habría convertido en alguien incapaz de respetarse y amarse a sí mismo. Pero, gracias a Dios y a mi convicción interna, a mi comprensión de quién soy y qué quiero, reconocí mis posibilidades y tomé las acciones necesarias para crear mis propias oportunidades.
El trabajo fue la herramienta que elegí. Sí, el duro trabajo, en cualquier forma que se presentará, aunque a veces lo sentía como una carga terrible. Mientras mis amigos y compañeros de clase se relajaban o se divertían, yo veía en el trabajo la oportunidad de alcanzar mis metas. Asumí todo tipo de trabajos: limpiar ventanas en alturas sin protección, recoger escombros en jardines, ayudar en mudanzas, trabajar como ayudante de albañiles, incluso cuidar niños. Me sentía afortunado porque el trabajo me daba la perseverancia necesaria para seguir adelante.
En los momentos más difíciles, cuando me costaba levantarme y enfrentar otro día de duro trabajo, recordaba una frase que había leído y que se había grabado en mi mente: “Arnold también tuvo que empacar ladrillos en la estación de trenes mientras se preparaba para el Campeonato Mundial en Inglaterra para poder comer“. Esa frase me motivaba a seguir adelante.
Comparto estas experiencias para ofrecerte una perspectiva más amplia y una comprensión más profunda de lo que me llevó a ser quien soy hoy.
Quiero mostrarte cómo dependemos de las pequeñas cosas en la vida, cómo andar con los oídos, ojos y corazón abiertos nos permite no solo descubrir las oportunidades y medios a nuestro alrededor, sino también crearlos. De esta manera, podemos convertirnos en la verdad viviente de nuestra vida, desarrollando nuestro ser y nuestra alma, y creando una vida más plena y satisfactoria.
Una vez leí que “el culturista es un lobo solitario que en su camino realmente solo puede contar consigo mismo”. No debemos esperar ayuda del exterior, sino recordar la gran verdad de la vida: “Ayúdate a ti mismo y Dios también te ayudará”. Este ha sido mi lema, mi guía a lo largo de este camino en el mundo del culturismo.
Mis reflexiones sobre el culturismo no son meras divagaciones, sino verdades funcionales, aplicadas en mi vida diaria. El conocimiento siempre ha sido mi mayor tesoro. La vida, en su esencia, es una manifestación de conocimiento o ignorancia, y en mi camino, he elegido el conocimiento.
Recuerdo las palabras de Andreas, un amigo de la infancia, que en su crudeza me enseñó una valiosa lección. Un día, en la estación del tranvía, me dijo: “Bernát, no solo entrenes tu cuerpo, sino también tu cerebro”. Este consejo, junto con el ejemplo de ídolos como Arnold y Dorian Yates, me impulsó a cultivar incansablemente mi mente.
Por eso, mi lectura no se limita a temas de culturismo, nutrición y entrenamiento, sino que también abarca aspectos mentales y motivacionales. Durante mis primeros años, dediqué muchas horas a traducir revistas de culturismo del inglés, ampliando así mi arsenal de conocimiento. Este arsenal de herramientas mentales me ha permitido, como un lobo solitario, no perderme en el camino, enfrentar y vencer mis miedos e inseguridades.
En los momentos de duda y desconfianza, debes recordar que sólo puedes contar contigo mismo. Pero el éxito que alcances será completamente tuyo. Para mantener encendido ese fuego interno, utiliza lo que necesites: música, imágenes, artículos, experiencias, entrenadores, amigos, rivales, sueños y metas. Todo sirve para despertar el león que llevas dentro y avivar el fuego de tu alma.
El culturismo no es un camino fácil; requiere sacrificios y dedicación total. Como en cualquier otro campo, ya sea el arte, la música o las finanzas, destacar requiere el mismo nivel de compromiso. El culturismo es un estilo de vida que demanda tu total entrega, 24 horas al día. Sin este compromiso, los resultados en entrenamiento, nutrición o descanso no serán los esperados, y podrías acabar frustrado y desilusionado, buscando excusas en la genética o en la falta de “ayudas” externas.
Ahora, volviendo a mis primeros años, mi gran desarrollo vino de intensos y locos entrenamientos. Debo agradecer la existencia por bendecirme con compañeros de entrenamiento excepcionales a lo largo de los años, que me ayudaron a sacar lo mejor de mí. Andreas y Matías, mis compañeros de clase y mejores amigos, fueron cruciales en este proceso.
Nos llamaban los “Tri-ases” en la escuela, una referencia al póker, por la atención que captamos cuando entrenamos. Nuestros entrenamientos eran brutales, empujándome al límite, incluso llegando a desafíos físicos y psicológicos extremos para sacar esa fuerza bruta necesaria.
Nuestro mundo giraba exclusivamente en torno al culturismo, llenando nuestros días y noches con nada más que nuestra pasión compartida.
Desde el comienzo de mi jornada, me levantaba una hora antes de lo necesario para preparar meticulosamente mi comida del día. Con tuppers llenos de alimentos nutritivos, me aseguraba de que mi cuerpo tuviera todo lo necesario para soportar los rigurosos entrenamientos de la tarde. El arroz con leche y el pudín eran mis preferidos para cargar carbohidratos, y poco a poco fui incorporando arroz al vapor con verduras, huevos, jamón, pechuga de pollo y atún. Todo esto lo preparaba yo mismo por las mañanas, sin esperar que nadie más lo hiciera por mí. Esta responsabilidad personal era fundamental; no podía permitir que la pereza o la comodidad se interpusiera en mi camino hacia mis metas.
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